Oporto era el destino y la razón principal de mi viaje por Portugal en 2017. Pero quise empezarlo en Lisboa, para poder comparar la primera y la segunda ciudades portuguesas, por población e importancia. Y de esa comparación, el título a esta entrada.
Oporto es la segunda ciudad portuguesa, pero en clara lucha o pugna con Lisboa por arrebatarle el primer puesto; sin necesidad de crecer más en población o en extensión, pero sí a través de engrandecer su economía y realzar su atractivo cultural.
A Oporto, «el Puerto» en portugués, debe Portugal su nombre (Porto Cale), lo cual indica la antigüedad y la historia de la ciudad, que se remonta a los griegos y romanos. Situada en la orilla norte de la desembocadura del río Duero, lo primero que llama la atención es la elevación de la ciudad sobre el amplio río.
En la orilla sur del río se encuentra propiamente dicho otra ciudad, Vila Nova de Gaia, aunque en realidad se considera parte de la ciudad. No en vano, las más famosas bodegas del mundialmente famoso vino de Oporto se sitúan en esa ribera del río.
Yo visité la bodega de los vinos Ferreira, y la verdad es que mereció la pena conocer la tradición e historia de ese vino, la influencia de los comerciantes ingleses y lo importante que fue para la ciudad de Oporto.
No en vano, el casco histórico de Oporto, en especial la zona del Barrio da Ribeira, guarda un aire de ciudad inglesa del siglo XVIII o siglo XIX, en la que el comercio del vino y su transporte fluvial era sin lugar a dudas el motor económico de la zona.
La otra gran característica de Oporto son sus puentes sobre el Duero. A diferencia de Lisboa y el estuario del tajo, el Duero se presta a unir ambas orillas y los múltiples puentes en cierto modo escriben la evolución y el crecimiento a través de los años de Oporto.
El puente más singular, en mi opinión, es el de Luis I, por su doble plataforma. En la superior, transitado por el Metro, y en la inferior por automóviles. Es también, el más cercano al casco antiguo y al barrio de Vila Nova de Gaia.
Precisamente, para sumergirse bien en Oporto se debe visitar de inmediato el «puerto» que dio origen a la ciudad. Es decir, el punto donde hoy atracan las barcazas y barcos recreativos que pasean a los turistas por las riberas del río. Y el lugar ideal para disfrutar de un vino a orillas del río, o incluso para cenar en uno de los muchos y buenos restaurantes típicos portugueses.
Justo encima de esa ribera, se encuentra el corazón del casco antiguo de Oporto. La verdad es que la iluminación de la época del año (otoño) y el tiempo lluvioso que hizo los dos días que pasé en la ciudad le daban todavía un sabor más antiguo a la ciudad, pero quizás el factor más negativo fueron las múltiples obras que había.
Oporto tiene edificios e iglesias que ejemplifican muy bien la importancia que ha tenido la ciudad en la historia. Las murallas Fernandiñas, por ejemplo, simbolizan la ciudad medieval, que creció alrededor del núcleo original romano y también de la catedral.
La Catedral data del siglo XII/XIII, y aunque es de estilo románico ha sufrido muchas alteraciones a lo largo de los siglos. Me tuve que conformar con contemplar su exterior, pues estaba cerrada. La plaza que está en frente de la entrada es como una gran terraza, desde la que hay buenas vistas de la ciudad.
En ella se encuentra un pilar de estilo rococó, que es también símbolo de la ciudad. Y cerrando esa terraza, está el edificio del palacio Episcopal, que es muy visible desde el otro lado del río. Sin duda, este punto es el centro histórico de Oporto.
Pero posiblemente el edificio más singular y pintoresco de Oporto es la Iglesia de los Cléricos, una iglesia barroca del siglo XVII con su torre campanario visible desde cualquier punto de la ciudad. La torre supera los 75 metros, y se puede ascender para ver la ciudad desde esa altura, pero las nubes bajas ese día no dejaban.
La torre está en una zona de Oporto mucho más moderna, donde se encuentra la Universidad. Muy cerca de allí está la librería Lello, que dicen que su interior inspiró a la escritora J.K. Rowling para su saga de Harry Potter.
También se encuentra la iglesia del Carmen, con su fachada lateral decorada con azulejos azules, típicos de Portugal, y un pórtico de estilo rococó. Es del siglo XVIII.
Esta iglesia está pared con pared con la iglesia de los Carmelitas (en realidad, hay una estrechísima casa entre ambas), cuya construcción data del siglo XVII. Su interior es de una sola nave, con decoración de talla dorada de estilo barroco y rococó.
Otra de las zonas señaladas de Oporto es la plaza del Ayuntamiento. Se trata de una serie de plazas concatenadas, que hacen en conjunto una explanada en medio de la ciudad, con avenidas anchas y elegantes edificios a los lados. Sin duda, uno de los espacios arquitectónicos más bonitos de Oporto.
Algo similar ocurre con la Plaza del Infante D. Henrique (el Navegante), con edificios tan señalados como la Bolsa de Oporto, el Mercado Ferreira Borges o la Iglesia de San Francisco rodeando la estatua en honor de una de las figuras más destacadas de la historia portuguesa.
La ciudad es muy dinámica y tiene un sistema de transporte público muy bien montado, en mi opinión mejor que Lisboa. A pesar de sus muchos años, se nota su vitalidad y sabe combinar muy bien lo clásico con lo moderno.
La zona que va de la estación ferroviaria de San Benito a la plaza de Batalha es también otro punto destacado de la ciudad. La estación de tren es el hub de comunicaciones de Oporto. Ocupa un edificio de estilo francés, con claro aire parisino, y en su interior hay un bonito mural con más de 20000 azulejos portugueses que narran acontecimientos históricos del norte de Portugal.
La Plaza de Batalha, por su parte es el centro cultural de la ciudad, donde se encuentra el Palacio de la Opera, o teatro de San Juan, así como el Palacio de Batalha y iglesia de San Ildefonso.
Un poco más hacia el norte, en la dirección que yo tenía mi hotel, estaba la la Capilla de las Almas, otro ejemplo de iglesia con exterior azulejado. La iglesia es del siglo XVIII, pero los azulejos fueron colocados a principios del siglo XX.
Oporto me dejó un sabor algo agridulce, quizás porque el tiempo no ayudó y por las muchas obras que había, pero consiguió engancharme lo suficiente para querer visitarla otra vez. Estoy convencido de que acabará brillando y disputando la primacía a Lisboa, aunque no creo que logre quitársela. Al final, la luz importa, y por mucho que mejore Oporto, por su ubicación más al norte y encajonada en el río, no parece que pueda ganar en luz a Lisboa, pegada al estuario Tajo y abierta al océano.