Buscando lugares de interés que conocer en mi viaje a Portugal, leí comentarios muy positivos sobre un lugar llamado Buçaco, un bosque o «mata» nacional en el que hay un hermoso palacio que merece la pena visitar. Así que, planeé una breve parada allí en mi trayecto entre Coímbra y Aveiro.
El Palacio de Buçaco es un bellísimo hotel de lujo, enclavado en medio de un bosque verde y frondoso que es reserva nacional por la cantidad y variedad de distintas especies de árboles que acoge.
Sin lugar a dudas, fue un acierto la elección del emplazamiento para este hotel. El bosque de Buçaco está alejado de cualquier núcleo de población, y la intervención humana se ha efectuado con delicadeza, permitiéndole conservar un aspecto salvaje y natural que ayuda a crear un ambiente de tranquilidad y relax muy conveniente para un hotel de lujo.
Curiosamente, el lugar fue elegido previamente por la orden de las Carmelitas Descalzas para fundar un convento. En el siglo XVI, los monjes carmelitas se establecieron en este paraje y se dedicaron a cuidarlo. Al parecer, para ellos era la réplica del Monte Carmelo (al norte de Israel), lugar donde se fundó la orden.
El convento fue abandonado en el siglo XIX, y durante años nadie lo habitó, hasta que a finales de ese mismo siglo se decidió construir el hotel, respetando la iglesia y el claustro del convento, y edificando un magnífico palacio a su lado.
El palacio de Buçaco fue construido en estilo neomanuelino, tomando como referencia la Torre de Belem y el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa. Y la verdad es que recuerda a ellos. Fue declarado Monumento Nacional.
Hay detalles en sus fachadas y porches que se repiten en otras construcciones portuguesas, como por ejemplo la columnata de uno de los laterales del Palacio. Tampoco faltan los clásico murales en azulejo portugués en el interior de los porches.
El Palacio tiene un hermoso jardín exterior, diseñado con formas geométricas y perfectamente cuidado. Al parecer, la existencia del jardín es algo anterior al palacio, pero lo cierto es que la armonía es perfecta.
Debe ser un auténtico lujo alojarse en el hotel, aunque solo sea para apartarse del ruido y la prisa por unas horas. El día que lo visité hacía sol y buena temperatura, y resultaba muy tentador sentarse en una de las mesas de la cafetería, pero no estaba abierta.
Finalicé el recorrido con una breve visita al convento y a la iglesia. Nada de especial, más allá de imaginar el contraste entre el lujo de las habitaciones del hotel y la humildad de las celdas de los monjes, ocupadas hoy por salas de museo.
En conjunto, la escapada mereció la pena. No creo que surja la ocasión para desplazarme allí de nuevo, pero al menos me sirvió para conocer otro de esos sitios elegidos por el romanticismo del siglo XIX para ubicar un lujoso lugar de retiro.
Muy bonito ese hotel, quiero Conocer Aveiro y Coimbra si vamos Luís y yo algún día, no me importaría dormir allí, jajajaja