España está repleta de sitios encantadores y de pueblos verdaderamente bonitos, así que no es de extrañar que las distintas regiones promuevan el turismo dirigido a conocer esos lugares. Había oído hablar de los «pueblos más bonitos de España», pero no sabía que se tratara de una «asociación» que exige el cumplimiento de unos estándares de calidad a aquellos ayuntamientos que quieren unirse.
Pues bien, en nuestras vacaciones por Huesca, decidimos visitar tres de los cuatro pueblos de la provincia que están asociados y, la verdad, es que creo que fue un acierto puesto que nos permitió conocer rincones muy hermosos y llenos de historia y tradición. El primero de los pueblos visitados fue Aínsa, sencillamente porque se encuentra en uno de los accesos al Parque de Ordesa.
Aínsa es un pueblo con una localización magnífica, en la confluencia del río Cinca y el río Ara, y situado en una elevación moderada que le permite dominar la zona.
No es de extrañar que, siendo una confluencia de caminos y una de las vías de acceso a los Pirineos y, por tanto a Francia, el pueblo se dotara desde antiguo de un castillo. El actual data del siglo XV, al cual se le unió enseguida la plaza mayor del casco histórico, que aun conserva un aire medieval incuestionable, con sus arcadas en los dos lados.
En realidad, no es de extrañar que el casco antiguo fuera declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1965. La Parroquia de Santa María, del siglo XII, ya era Monumento Nacional desde el año 1931. Su torre llama poderosamente la atención, y por su considerable altura recuerda la doble función religiosa-militar que debió jugar desde su construcción.
Pasear por las calles peatonales del pueblo es algo que debe hacerse, para apreciar el valor del conjunto, la armonía que guardan las casas y fachadas, muchas de ellas decoradas con flores. Hay rincones que claramente te permiten retrotraerte al Medievo y entender por qué Aínsa forma parte de la Asociación.
Algo similar pasa con Ansó. Si acaso, lo que llama más la atención de Ansó es el diferente estilo arquitectónico de sus edificaciones, con una apariencia mucho más robusta que las que se observa en Ainsa. Mucho que ver en ello tendrá la ubicación del pueblo, en pleno valle Pirenaico, sujeto a los rigores del invierno y de las nieves.
Sus viviendas son solidas, de piedra y con tejados preparados para soportar la caida de nieve. Llama la atención la escasa separación entre viviendas, asiladas unas de otras pero sin llegar a permitir la formación de callejones. Es como si estuvieran juntas, pero sin tocarse, facilitando el aislamiento del aire frío.
También son llamativas las chimeneas, de distintos tamaños, y muchas de ellas rematadas con campanas que, dicen, buscaban evitar que las brujas penetraran en los hogares. Los balcones de madera, con techumbre de tejas, dejan un sabor nobiliario a muchas de esas casas.
La plaza del Ayuntamiento es uno de los rincones más atractivos del pueblo. Pero hay dos edificaciones que, por sus dimensiones e imagen de robustez, se erigen en el centro de atención del visitante.
La Iglesia de San Pedro, del siglo XVI, es enorme y parece también construida con una doble función religiosa-defensiva. Su puerta principal de entrada está protegida por un porche renacentista, y la torre campanario llama la atención por su sencillez, altura y por tener un reloj junto a las campanas.
El segundo edificio es el Torreón Medieval, también del siglo XVI, de una estructura en planta cuadrada, con marcada altura y de carácter plenamente defensivo, como lo atestiguan las aspilleras y el cadalso de madera en una de las esquinas de la tercera planta.
En conjunto, Ansó es sin lugar a dudas un pueblo muy bonito, enmarcado en un paraje privilegiado y que conserva tradiciones muy valiosas de la región pirenaica y aragonesa. Nosotros decidimos comer ese día en una «borda», que no es más que un antiguo cobertizo para el ganado convertido en tasca o restaurante popular, donde se sirven platos típicos de la zona.
El tercer pueblo con encanto que visitamos fue Alquezar, un pueblo situado al este de la provincia de Huesca, en la región del Somontano. Alquezar se encuentra a orillas del río Vero, en el Parque de la Sierra del Guara. Con la visita, aprendí el origen del nombre del afamado vino Viñas del Vero.
Pero Alquézar tiene mucho más que ofrecer. De momento, al no encontrarse próximo al Pirineo, el entorno es mucho más agreste y calizo, parecido a los paisajes de tierras castellanas, y sus casas ya no son de piedra y se asemejan más a las construcciones habituales de terrenos cálidos. No obstante, las vistas del pueblo elevado delatan el por qué de su encanto.
Alquézar es totalmente peatonal, por lo que hay que dejar el coche aparcado y caminar hasta adentrase en sus calles. En cuanto te adentras en el casco antiguo descubres una calles que te retrotraen a la Edad Media.
La antigua Plaza Mayor del pueblo es francamente bonita. Data del siglo XIV/XV, está porticada y en ella descubres viviendas de estilo renacentista aragonés. Es fácil imaginarse la plaza como centro comercial en tiempos medievales. Y merece la pena fijarse en detalles como las patas de jabalí que se colocan en los dinteles de las puertas, como medio para ahuyentar a las brujas.
El pueblo tiene unos miradores con vistas espectaculares a los cañones del río Vero. Desde uno de ellos sale una famosa ruta de senderismo conocida como «las pasarelas del Vero», que nosotros no pudimos hacer ese día. Desde el mirador se aprecian formaciones calcáreas en las laderas del barranco de la Fuente.
Pero sin duda, la estrella de Alquezar es el Castillo Colegiata de Santa María, del siglo XII pero reconstruido en el XVI, y que está situado en lo más alto del pueblo. Merece la pena realizar la visita guiada en la que te cuentan su razón de ser y su historia.
La pieza más emblemática de la Colegiata es su claustro románico de planta trapezoidal, que data del siglo XIII y en el que destacan los capiteles que versan sobre el Génesis, y algunas pinturas murales del siglo XVI dedicadas a la Pasión que aun se conservan.
En su interior, la iglesia cuenta con varias capillas dedicadas a distintos santos. En sus puertas de acceso se aprecia el estilo gótico, mientras que en el retablo principal es el barroco el que prima.
Las vistas desde la planta superior de la Colegiata son soberbias, y además permiten entender el valor defensivo que le otorga su posición elevada, que justifica la presencia de torres de vigilancia.
Por ultimo, destacar también la iglesia de San Miguel, situada más abajo y que conforma un conjunto barroco muy armonioso, robusto y sobrio pero bastante elegante.