Llevaba más de un año tratando de ir a Palermo pero, por una u otra causa, tuve que cancelar tres veces el viaje. Después de mas de dos años viviendo en Sicilia, aún no había visitado su capital, la ciudad más importante y conocida de la isla. Finalmente, en octubre de 2021, logré escaparme un par de días a Palermo.
Palermo se encuentra en la costa noroccidental de la Sicilia, a algo mas de 300 kilómetros de Catania. La autopista que une ambas ciudades estaba en obras y, para evitarlas, decidí coger la autopista del norte, la que une Messina con Palermo.
Hicimos parada en Cefalú, para estirar las piernas y comer. El día era soleado, la temperatura perfecta y había muchos menos turistas que la otra vez que visité este bonito pueblo, así que mereció la pena recorrer sus calles una vez más y disfrutar de sus vistas.
Continuamos el viaje rumbo a Palermo, pero antes de entrar en la ciudad decidimos visitar la Catedral de Monreale, una iglesia declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO que todo el mundo me recomendaba visitar. Monreale está a escasos 10 kilómetros de Palermo, y nos convenía aprovechar ese horario para visitar la Catedral.
La Catedral de Monreale verdaderamente merece la declaración de la UNESCO. De estilo árabe-normando, su exterior es bastante sencillo, pero su interior es de una riqueza y belleza extraordinarias.
De grandes dimensiones, la iglesia destaca por sus impresionantes mosaicos dorados de estilo bizantino, muy similares a los que se encuentran en la iglesia de Santa Sofía, en Estambul, que cubren gran parte de sus paredes narrando escenas del Antiguo Testamento y de la vida de Jesús.
El Pantocrátor del ábside central es una auténtica maravilla, como los son también las figuras de San Pedro y San Pablo, en sus respectivas capillas, que lo escoltan en los ábsides laterales. Pero sin duda, la capilla más significativa es la Capilla del Crucifijo, también conocida como Capilla Roano.
La Capilla Roano debe su nombre al obispo de origen español que la mandó construir. Es francamente bonita, de estilo barroco siciliano, cargada de detalles tallados en mármol de varios colores en todas sus paredes, columnas e incluso los suelos. Se construyó para alojar un crucifijo de madera del siglo XV que la tradición dice que fue donado por el rey Guillermo, quien ordenó la construcción de la Catedral.
En conjunto, la Catedral de Monreale es una auténtica joya del arte bizantino, y junto a la Catedral de Cefalú y a la Capilla Palatina (de la que hablaremos a continuación) conforman el mejor ejemplo de la arquitectura árabe-normanda presente en Sicilia. Merece la pena desplazarse a Palermo simplemente para ver estas tres maravillas.
Desde Monreale, y con el fin de no tener que mover más el coche una vez que aparcase en el hotel, nos desplazamos a la playa más famosa de toda Sicilia, la Playa de Mondelo. Su fama se remonta a principios del siglo XX, como uno de los balnearios preferidos de los europeos en el Novecento.
Siendo las 17:00 h de un mes de octubre, la playa estaba prácticamente vacía, sin lidos montados, y con algún que otro bañista. Dimos un paseo por la bahía, hasta llegar al balneario estilo Art Nouveau que preside la playa. Lo cierto es que, para ser una localidad tan turística, no quedamos demasiado impresionados, ni por la belleza de la playa, ni por las instalaciones y comercios abiertos. Sin duda, en España tenemos playas y ciudades balneario mucho más elegantes.
Desde Mondelo, dirigimos nuestros pasos directamente al hotel que habíamos reservado en Palermo. La circulación y el trafico no distan mucho del que habitualmente «disfruto» en Catania, aunque quizás el comportamiento de los conductores sea algo mejor. Llegamos anocheciendo, así que una vez que dejamos las maletas, salimos a recorrer las calles más importante del centro de la ciudad.
Viviendo en Catania y habiendo escuchado repetidas veces a los cataneses presumir de su ciudad en comparación con Palermo, inevitablemente, uno tiende a observar las cosas con mirada crítica, para tratar de establecer si es mejor o peor ciudad Palermo que Catania. Los primeros pasos por la ciudad, incluso en horario nocturno, me bastaron para certificar que Palermo es mucho más ciudad que Catania, y más bonita.
El centro histórico de Palermo es semi-peatonal, esto es, hay calles céntricas reservadas para peatones aunque pueden circular coches de policía y algunos de reparto. Pero se agradece poder recorrer las calles con amplitud, sin estar limitado al ancho de las aceras. Esa primera noche, hicimos un recorrido que nos llevó hasta los Quatro Canti, el cruce de calles más famoso de todo Palermo y el corazón de la ciudad.
La palabra «Canti» significa «cantos», esquinas, pero también barrios o «cantones». En esta plaza octagonal se cruzan las dos calles más importantes de la ciudad, la Vía Maqueda de norte a sur y la de Vittorio Emmanuelle II, que lleva desde el puerto al Palacio de los Normandos. La plaza tiene en cada una de sus esquinas unas edificaciones barrocas monumentales, de tres niveles.
En lo más alto, se representan las cuatro santas patronas de la ciudad, en el medio los reyes de España (la plaza se mandó construir en el siglo XVII, cuando Sicilia era parte del imperio español), y en la parte más baja cuatro fuentes que representa las cuatro estaciones y los cuatro ríos que surcan Palermo. Sin duda, una obra arquitectónica impresionante.
Otra obra monumental es también el Teatro Massimo, el teatro de la Opera palermitano. Tanto de noche como de día, las dimensiones del teatro impresionan, pero también su elegancia y armonía. A pesar de ser grandísimo (el mayor de Italia y el tercero del mundo), su ubicación en una enorme plaza peatonal permiten contemplarlo en todo su esplendor. De estilo neoclásico, se construyó a finales del siglo XIX y tiene una capacidad de 1.200 personas.
No es el único teatro grandioso de Palermo; en nuestra ruta del hotel al centro, descubrimos también el Teatro Politeama Garibaldi, también de estilo neoclásico, dedicado en realidad a acoger la Orquesta Sinfónica de Palermo. Su tamaño es también considerable, con una fachada de forma semicilíndrica, rematada por un arco de triunfo coronado con una cuadriga de bronce.
Palermo es una ciudad que vive la noche. La agradable temperatura que hace en otoño ayuda mucho a que las calles estén llenas de peatones, cafeterías y terrazas repletas de gente, que dan una animación especial. Además, se trata de calles amplias, muy comerciales, pero también de barrios más antiguos, con callejuelas estrechas que, por la mañana se convierten en mercados callejeros abiertos.
Caminando por la Vía Roma, la arteria principal de la ciudad abierta al tráfico, en el lugar menos esperado, te aparece una plaza amplia con una magnífica iglesia, como la Plaza de San Doménico. En medio de la plaza, la Columnata de la Inmaculada, justo en frente de la Iglesia barroca de San Domingo. Es la segunda iglesia más importante de Palermo, después de la Catedral, elegida como Panteón de los Hombres Ilustres de la ciudad.
Algo similar sucede con la Plaza Pretoria. Te dicen que dentro de una plaza hay una fuente del tamaño y grandiosidad como la Fontana Pretoria, y no te lo crees. Pero si, ahí está, impresionante, encajonada entre edificios clásicos e iglesias. Una fuente elevada, mezcla de estilo neoclásico y barroco, con una gran cantidad de estatuas, que fue construida para los jardines del palacio de una familia española de Florencia (Pedro de Toledo), y que el senado de Palermo adquirió para instalarla en esa plaza.
También descubrimos, justo al lado de esta bonita plaza, otra plaza con enorme encanto, la Plaza Bellini. En ella pudimos observar cómo varias iglesias, de distintos estilos, compartían su espacio. En particular, la iglesia de San Cataldo, con sus cúpulas rojas, llamaba la atención.
A la mañana siguiente, regresaríamos a ese punto de la ciudad, pues no solo la iglesia de San Cataldo (s. XII, de estilo árabe-normando) merece la pena, sino también la de Santa María del Almirante (que no pudimos visitar por estar cerrada), y la de Santa Caterina de Alessandria.
Contrasta la sencillez del interior de la iglesia de San Cataldo, que está bajo la custodia de la Orden del santo Sepulcro de Jerusalén, con la riqueza y exuberancia del barroco de Santa Caterina (del periodo de dominio español). Ambas iglesias, sin duda merecen ser visitadas.
Ahora bien, Palermo sigue sorprendiendo al visitante con más iglesias ricas y exuberantes, iglesias que por su fachada y estructura externa no parecen que alberguen en su interior verdaderos tesoros artísticos en forma de pintura o escultura.
El mejor ejemplo fue la Iglesia de los Jesuitas, situada en un barrio del centro histórico venido a menos. Su exterior no dice mucho, la verdad, pero al entrar uno se queda boquiabierto al contemplar cómo todas las paredes, techos y columnas están ricamente decoradas. Una auténtica obra de arte en su conjunto.
Pero sin discusión alguna, la estrella de Palermo es la Capilla Palatina, una de las maravillas del arte mundial que por si sola justifica un viaje a Palermo. Situada en la segunda planta del interior del Palacio de Los Normandos, la visita a la esa Capilla es obligatoria. Cuesta 15 euros, pero se pagan con satisfacción.
La Capilla Palatina es también Patrimonio de la Humanidad. Del mismo estilo árabe-normando y bizantino que la Catedral de Monreale y la de Cefalú, la riqueza de su decoración interior es aún más impresionante, repleta de mosaicos dorados que cubren todas las superficies, desde el suelo al techo. Bueno, su techo es de artesonado de madera, pero es también una magnífica obra de arte.
Contrasta encontrar tanta riqueza en el interior de un Palacio que aun teniendo tantísimo valor histórico, no destaca por su belleza exterior, la verdad. El Palacio de los Normandos es austero, fue la fortaleza defensiva de los reyes normandos, y presume de ser la residencia real más antigua de Europa. Hoy en día, es la sede del Parlamento siciliano.
Monumental es verdaderamente la Catedral de Palermo. Su exterior, de grandes dimensiones, es una muestra de los distintos estilos arquitectónicos que fueron adornando la ciudad a lo largo de la historia.
Sus orígenes son bizantinos, denotando la influencia de los normandos, pero se fue reformando a lo largo de los siglos, como lo prueba el espléndido pórtico de tres arcos de estilo gótico aragonés, o la cúpula de estilo barroco.
El interior de la Catedral, aun siendo elegante, no logra impresionarnos mucho, después de haber visto la Capilla Palatina y Monreale. Es cierto que tiene algunas capillas grandiosas, como la dedicada a Santa Rosalía, que alberga sus restos en una espléndida urna y relicario todo tallado en plata.
En la Capilla del Crucifijo se encuentra un Cristo crucificado tallado en madera, del siglo XIV con las estatuas de la Virgen María, San Juan y María Magdalena a sus pies.
La plaza que acoge el lateral meridional de la Catedral es también muy bonita. La calle que une el Palacio de los Normandos con la Catedral es la de Vittorio Emmanuelle II, la que cruza Quattro Canti y termina en el puerto. Recorrerla a pie permite ir identificando numerosos edificios nobles, antiguos palacios y residencias que hoy son ocupados por hoteles, negocios u organismos públicos.
El puerto de Palermo ocupa una gran extensión. A diferencia del de Catania, es abierto lo que permite al viandante observar la actividad comercial y turística que le ocupa. Tiene también una Marina para embarcaciones de recreo y de lujo, situada justo en la parte antigua del puerto, donde se ubicaba la Aduana y la antigua residencia de los virreyes españoles.
Allí mismo, pegado a la Marina, hay una iglesia del siglo XIV, en estilo gótico catalán, la iglesia de la Virgen de las Cadenas. Se llama así porque en es mismo lugar, la Virgen obró un milagro sobre tres presos, soltándoles las cadenas antes de ser ejecutados.
Todo forma parte del barrio de La Cala, con raíces históricas muy profundas en la historia de Palermo. Y eso se siente al pasear por la zona, donde están los restos del llamado Foro Itálico, uno de los paseos marítimos más renombrados de la ciudad.
En esta zona de la ciudad se respira un ambiente clásico, muy elegante, que te lleva a pensar que aquí debieron alojarse las familias más nobles de Sicilia. Los palacios y antiguas residencias se suceden formando un frente uniforme y elevado sobre el paseo marítimo. A su espalda, hay grandes jardines públicos, como Villa Giulia o el Giardino Garibaldi, que debieron ser en su día ser lugar de recreo de los nobles y aristócratas palermitanos.
Continuamos nuestro recorrido por el barrio volviendo hacia el interior, paseando entre calles estrechas flanqueadas por casas nobles y palacetes que hoy son museos, albergues o restaurantes. En conjunto, el barrio aun conserva el encanto de haber sido uno de los barrios ricos de la ciudad.
En una de sus plazas, paramos a comer, en uno de los restaurantes más antiguos y famosos de la ciudad. Como suele ocurrir en toda Italia, se sabe sacar partido a la historia. Con muy poca inversión, los italianos saben aprovechar muy bien los espacio públicos rodeados de edificios históricos para crear rincones entrañables donde disfrutar de un aperitivo o una buena comida.
En conjunto, la experiencia palermitana resultó fantástica. Sin lugar a dudas, Palermo es una gran ciudad, que se siente orgullosa de su rica historia y es consciente del reconocimiento internacional del que goza. Catania presume también de ser una gran ciudad, pero pareciera que su competencia se mide a nivel nacional, mientras que Palermo sabe que compite a nivel internacional y que, además, compite muy bien.