Siracusa es sin duda mi favorita entre las ciudades sicilianas. Muchos mencionan a Taormina como tal, otros a Palermo, pero para mi Siracusa tiene magia, algo que te atrae fuertemente en cuanto la pisas. Claro está que tantos siglos de historia no hacen sino confirmar que es un lugar especial. Está a poco más de una hora de Catania, así que fue una de las primeras visitas que realicé tras mi llegada a la isla.
No quiero entrar en detalles sobre la historia de Siracusa, pero baste decir que fue fundada por la civilización griega en el siglo VI a.C., y desde su fundación disputó a Atenas la preeminencia. Nunca se vio como ciudad subordinada a Atenas, siendo una de las «polis» que más importancia tuvo en el Mediterráneo en los siglos venideros. Ha rivalizado y ha sido invadida y dominada por otros pueblos (fenicios, romanos, árabes, normandos, españoles), pero ha sabido siempre guardar sus raíces, luchar por su autonomía y sobresalir entre otras, como ciudad orgullosa de si misma.
Quizás ese orgullo sea lo que aún hoy en día le hace sobresalir entre las ciudades sicilianas. Siracusa no es la ciudad más monumental, ni la más activa cultural o económicamente, pero sin embargo tiene algo especial que te hace querer volver, aunque solo sea a tomar un café y contemplar su puesta de sol. No en vano, en un solo año ya he ido cuatro veces, y me parecen pocas.
En mi primera visita a la ciudad quise entrar en contacto con su historia más remota, y me acerqué al Parque Arqueológico de la Neápolis, donde se encuentra un conjunto muy relevante de restos greco-romanos que sin duda merece la pena visitar. La entrada al Parque cuesta 10€, pero están bien invertidos.
Lo más destacado de Neapolis es el gran teatro griego (siglo V a.C.) y el anfiteatro romano (siglo I d.C.). Los restos de ambas construcciones permiten vislumbrar la importancia que tuvo Siracusa en los años de esplendor de cada época. Y en lo tocante al teatro griego, llama también la atención la orientación al sur de sus gradas, facilitando a los espectadores una buena vista sobre la bahía de Siracusa.
Además de estas dos obras arquitectónicas, merece la pena resaltar la Gruta de Ninfeo, que se encuentra en la parte más elevada del teatro y donde hay varios habitáculos que, al parecer, eran usados como «camerinos» por los actores de la época. En uno de ellos, hay una fuente natural de agua del río Anapo.
Por ultimo, la cuarta atracción del parque es una gruta natural llamada la «Oreja de Dionisio», con unas dimensiones grandiosas y que se cree hizo las veces de prisión en la época greco-romana. Lo más curiosos es su interior curvo, que le da forma de pabellón auricular y que de hecho le otorga una acústica bastante buena. El nombre se lo puso el pintor Caravaggio.
Estas grutas se encuentra enclavada en un conjunto de cuevas artificiales denominado Latomie del Paraiso, que fueron construidas expresamente para encarcelar a los prisioneros de guerra.
Pero el pasado griego no solo se descubre en la Neápolis, sino que también permanece en la parte antigua de la ciudad, la isla denomina Ortigia, el verdadero corazón de Siracusa. De hecho, cuando un turista habla de Siracusa se está refiriendo en realidad a la isla de Ortigia, nombre que significa la isla de las «codornices». Es aquí donde se fundó Siracusa y aunque pronto se extendió a tierra firme por medio de terraplenes y puentes, ha tenido épocas en las que ha vuelto a ser una isla, toda rodeada de agua.
Ortigia capta tu atención en cuanto cruzas los puentes que la unen a tierra firme. En seguida detectas que estas en un sitio especial, con clase y solera, y con un ambiente muy acogedor. Es uno de esos sitios en los que no te importa perderte y callejear, porque sabes que vas a encontrar muchos rincones bonitos. Tiene el sabor de ciudad portuaria, lógicamente, pero a la misma vez un toque señorial que lo envuelve todo.
Es una isla de apenas 1 km cuadrado, pero en ese pequeños espacio se concentra un buen número de edificaciones civiles y religiosas, públicas y privadas, que ilustran el pasado de Siracusa, desde su época griega hasta la actualidad. Así, la visita a Ortigia comienza con los restos del Templo de Apolo, uno de los dioses, junto a Artemisa, patronos de la ciudad. Como no puede ser de otra forma, la mitología griega está presente en la historia de Siracusa, y sus calles y plazas lo recuerdan en cada paso.
En otra plaza encontramos una bonita fuente dedicada a la diosa romana Diana, la diosa de la caza, Artemisa en la mitología griega. Es una bonita plaza, dedicada a Arquímides, oriundo de Siracusa y orgullo de esta ciudad, a la que defendió con uñas y dientes del ataque de los romanos.
Pero sin lugar a dudas, el lugar con mitología más emblemático y por el que mejor se conoce a Siracusa es la fuente de Aretusa, una ninfa que la diosa Artemisa transformó en fuente para evitar el acoso de Alfeo, uno de los hijos del dios Océano. Alfeo, a su vez, pidió ayuda a los dioses que le convirtieron en un rio subterráneo, que cruzando todo el mar Jónico desde Grecia, saldría a la superficie en la fuente de Siracusa. Es una bonita forma de explicar la curiosidad de encontrar una fuente de agua dulce pegada al mar, aunque en realidad se debe a la existencia de una capa freática que cruza la ciudad y alimenta la fuente.
La verdad es que la belleza del lugar no se debe en exclusiva a la fuente. Los papiros que la habitan le otorgan un sabor exótico, pero es en sí su ubicación en la misma orilla del mar, abierta a la bahía, y mirando hacia el oeste la que la convierte en un sitio memorable, lleno a todas horas de turistas y lugareños, pero especialmente al atardecer. Sentarse a contemplar la puesta de sol es una delicia, y hacerlo con una copa de vino en una de las múltiples terrazas de restaurantes y bares que salpican el paseo marítimo, es aun más cautivador.
Pero como en cada ciudad de Italia, la Plaza del Duomo es la que concentra mayor belleza. Aquí, en Siracusa, la Plaza del Duomo ha sido siempre el centro neurológico de la ciudad, incluso en época griega. Así lo atestiguan los restos de un par de templos griegos, en especial el de Atenea, algunas de cuyas columnas forman parte integral de la Catedral, de estilo barroco y rococo, dedicada a la Natividad de María Santísima. Merece la pena dedicar un rato a visitar su interior, pues tiene capillas muy bonitas.
Esta plaza es verdaderamente grandiosa, rodeada de magníficos palacetes de diversos estilos, barrocos, neoclasicos, aragonés, que son actualmente residencia episcopal, sede de banco o museos municipales, y con la iglesia de Santa Lucia, la patrona de la ciudad, donde se puede contemplar un bonito cuadro de Caravaggio, llamado el Sepelio de Santa Lucia.
Y otro lugar privilegiado es el extremo sur de la isla, donde se encuentra el Castello Maniace, que es en realidad una fortaleza de origen normando, del siglo XIII. Debe su nombre a un comandante bizantino que se propuso construir defensas para el puerto de Siracusa, y lo hizo en el mismo lugar donde después, Federico II de Suecia, ordenó levantar esta fortaleza. En la época de dominio aragonés, la ciudad de Siracusa fue designada Cámara de la Reina, lo que venia a ser la dote de la Reina. Y en esta fortaleza se alojaron muchas reinas aragonesas, la ultima de ellas la segunda mujer de Fernando el Católico, Germana de Foix.
Pero como dije al principio, la ciudad te brinda la oportunidad de perderte por sus calles y encontrar rincones encantadores y casas señoriales de estilo barroco, de recorrer sus aceras pegadas al mar y gozar del espectáculo del mar Jónico batiendo sus olas contra los muros. En definitiva, te invita a quedarte, aunque solo sea un ratito, sentado en uno de sus restaurantes, cafeterías o heladerías y sentirte muy a gusto, como si toda la vida hubieras estado allí.
Excelente. la pasión y admiración por la ciudad Siracusa es contagiosa y te dan ganas de visitar la ciudad.