Cuando llegué a Sicilia en el verano de 2019, jamás había oído hablar de las Islas Eolias. Un amigo me habló de ellas, de lo cerca que estaban de Catania y me recomendó encarecidamente que las visitara. Para él, eran unas islas encantadoras, y tenían el aliciente adicional de poder conocer la isla volcán Strómboli. Además, son un destino turístico muy solicitado por los italianos.
Las Eolias están, efectivamente, bastante cerca de Catania. Se trata de un archipiélago de siete islas de origen volcánico, no muy grandes, que están en el Mar Tirreno; y que, administrativamente, pertenecen a la provincia de Messina. Se llega a ellas fácilmente con un barco que parte de la ciudad de Milazzo.
Por circunstancias varias, tuve que ir posponiendo la visita a las islas, hasta que finalmente en mayo de 2021 pudimos acercarnos. No tenia tiempo para visitar las siete islas, contaba solo con un fin de semana, así que decidí hacer noche en la isla principal, Lípari, y tomar allí otro barco que nos llevará a Strómboli, parando antes en alguna otra isla.
Aunque salimos temprano de Catania, el viaje en coche hasta Milazzo más el barco hasta Lípari nos llevó algo más de tres horas. No es complicado llegar, pero se pierde tiempo buscando dónde aparcar el coche (no hay un parking cercano al muelle desde donde salen los barcos para Lipari) y hay que hacer alguna espera en Milazzo antes de zarpar.
Pero una vez a bordo del barco, el trayecto hasta Lípari fue bastante rápido. Tras partir, enseguida te das cuenta de lo cerca que están las islas de Sicilia. A pocos minutos, ya estábamos viendo Vulcano, una isla que claramente debe su nombre al volcán que la domina. Aunque parece que no está activo (su ultima gran erupción de produjo en 1888), dicen que aun se aprecian fumarolas y emisiones de gas. La isla de Vulcano es famosa por su industria de extracción de azufre.
Muy cerca de Vulcano, está Lípari, la isla capital de las Eolias. Es las más grande todas y, sin duda, la que más actividad y población tiene, y también la que más turismo atrae. La población principal tiene el mismo nombre que la isla, y es allí donde decidimos alojarnos.
La isla, como destino turístico señalado, cuenta con buenos hoteles agrupados en un par de puntos o zonas, la propia ciudad de Lipari y, un poco más al norte, otra población llamada Canneto. Nosotros elegimos un hotel en Lipari, bastante cerca del centro histórico y del puerto principal, donde atracamos con el barco. Nada más bajar, fuimos a comprar los billetes para subirnos a otro barco más pequeño que nos llevaría hasta Strómboli, haciendo parada antes en otra isla más pequeña llamada Panarea.
El barco debíamos tomarlo en otro puerto más al sur, que es conocido como Marina Corta, por ser más recogido y coqueto que su hermano mayor, Marina Lunga. Hacia allí nos fuimos caminando por la calle principal de Lípari, e hicimos tiempo tomando un refresco a la espera de que llegara el barco. La verdad es que el pequeño puerto es muy acogedor, con muchas terrazas, un par de iglesias pegadas al mar y vistas muy bonitas del casco histórico.
El viaje en el otro barco se extendería lo suficiente para poder observar el volcán Strómboli al atardecer, y apreciar así su actividad volcánica. Como quiera que partimos a las 13:00, el barco nos llevó a visitar primero la isla de Panarea, haciendo previamente una parada en el mar al sur de esta isla, para apreciar las aguas cristalinas y la belleza del entorno y también para que el que quisiera se diera un baño. Después, hicimos una breve parada en Panarea, donde aprovechamos para comer algo.
Tras embarcarnos de nuevo, el capitán puso rumbo a Strómboli, pero antes nos llevó por una serie de islotes y farallones inhabitados, así como a una zona en la que se podía apreciar cómo salía a la superficie burbujas de gas volcánico. Una prueba más de la indiscutible naturaleza geológica de las Eolias.
El braco atracó en Strómboli por un par de horas, para dar tiempo al pasaje a visitar la pequeña ciudad al norte de la isla, que se extiende por la única zona llana que concede el volcán. De hecho, cuando navegábamos para Stromboli, lo único que se apreciaba era el volcán, que llega con sus laderas hasta la misma orilla del mar.
La ciudad, o mas bien el pueblo, se llama San Vicenzo. Paseamos por sus calles tratando de descubrir algo digno de mención, pero no hay mucho que ver, más allá de las buenas vistas que se tienen desde la terraza donde se halla la iglesia de San Vicenzo Ferreri. Se trata de un pueblo humilde de pescadores, con casas pequeñas y apretadas, que hoy acoge a los muchos turistas que se acercan a contemplar el volcán.
Porque el volcán Stromboli es el verdadero protagonista. De vuelta en el barco, nos dirigimos al norte de la isla para aproximarnos al Strombolicchio, un islote muy característico situado a 1 km y medio de la isla y que es el punto más septentrional de la Sicilia. El islote es también de origen volcánico (basalto), está inhabitado y se caracteriza por su forma de torre, teniendo en lo alto un faro alimentado por energía solar.
Tras rodear el Strombolicchio, nos dirigimos a observar la ladera noroeste de la isla de Stromboli, que es conocida como la Sciara del Fuoco. Esta denominación se debe a que en esa ladera, con una pendiente pronunciada, es donde el volcán descarga el producto de su cuasi perenne actividad, acumulando los restos de lava, piedra y ceniza que escapan de su cráter y descienden hasta el mar.
Es todo un espectáculo observar un volcán en actividad, pero aun más cuando lo observas al atardecer y desde el mar, pudiendo apreciar los sonidos que produce la caída de la lava y el contraste de colores que conforma la lava, la piedra volcánica, el mar y el cielo cuando el sol se esconde. Estuvimos allí unos 45 minutos, pero no me hubiera importado quedarme más tiempo.
El regreso a Lipari lo hicimos de noche y a toda velocidad. Nos sirvió para apreciar cómo se vive en las islas, el espíritu marinero de sus habitantes, que hacen del mar su medio de vida, de una manera u otra.
De vuelta en Lípari, a la mañana siguiente alquilamos un coche y recorrimos la isla. La verdad es que dimos la vuelta completa en algo más de una hora, porque salvando un par de miradores, la isla no tiene muchos atractivos. Las playas no destacan ni por su belleza ni por su calidad, y aunque llame la atención la existencia de una gran mina de piedra pómez, eso tampoco ayuda desde el punto de vista turístico.
Sin duda, lo mejor de Lípari fueron las vistas que pudimos admirar desde el Mirador de Quatroocchi (Cuatro ojos), un observatorio que te permite ver la parte sur de la isla y lo cerca que está de Vulcano, pero sobre todo el maravilloso color del mar y su contraste con el paisaje típicamente mediterráneo.
La carretera principal te lleva en un recorrido circular al norte de la isla, en un trayecto con vistas al mar y a la isla de Salina, y un poco más allá la de Filicudi. Hicimos una parada en Aquacalda, la población más al norte de la isla, para pisar la playa de color negro que resultó ser de piedra bastante gruesa. Quizás fuese esa la decepción mayor del viaje, descubrir que, a pesar de belleza de sus aguas, las islas no tenían playas de arena, ni siquiera de piedra fina. Está claro que son islas para disfrutar mejor desde una embarcación.
Las ultimas dos horas del viaje las dedicamos a recorrer el centro histórico de Lípari. Ya habiamos apreciado desde la lejanía que la ciudad tenía un castillo fortaleza con la iglesia catedral en lo alto de un promontorio. Y hacia allí dirigimos nuestros pasos.
La ubicación del castillo es óptima para asegurar la vigilancia, y se entiende que en ese punto se hayan sucedido los distintos pueblos que han ocupado la isla desde la prehistoria. No se ve ninguna estructura defensiva, sino la agrupación de varias iglesias y palacios, que hoy albergan el Museo Arqueológico de las Eolias. Las excavaciones han sacado a la luz restos del Neolítico, y de la ocupación griega, romana, normanda y española.
Las vistas desde el Castillo son espléndidas y se puede apreciar un mar transparente de aguas de color azul turquesa, la seña de identidad de estas islas. Pegado al Castillo hay una bonita plaza donde está el Ayuntamiento y un buen restaurante, donde comimos.
Solo nos quedaba regresar, deshaciendo el trayecto que nos trajo hasta aquí. No pudimos ver todas las islas, pero creo que vimos lo más destacado y lo suficiente para hacernos una buena idea de lo que son las Islas Eolias y de lo que pueden ofrecer. Si tuviera que regresar para completar la visita, procuraría hacerlo a bordo de un pequeño barco, desde el que poder cruzar de isla en isla, fondeando en alguna de sus calas y disfrutando del maravilloso Mar Tirreno.