Las Islas Égades son un pequeño archipiélago que se encuentra a tan solo 7 kms de la costa oeste de Sicilia, entre las ciudades de Trápani y Marsala. Jamás había escuchado hablar de ellas, pero pronto llegó a mis oídos que era uno de los sitios turísticos más destacados de la Sicilia, sobre todo por la belleza de sus aguas cristalinas.
Mis primeras indagaciones las hice en la web, y rápidamente concluí que era un sitio que merecía la pena visitar. Pero mi curiosidad aumentó cuando leyendo una novela sobre Sicilia, que gira en torno a la vida de una poderosa familia llamada Florio, descubrí que Favignana había sido uno de las sedes donde los Florio fundaron su imperio, precisamente con la explotación del atún de almadraba.
Favignana es la mayor de las tres islas principales de las Égades, y también la más bonita y la más famosa. Las otras dos, Levanzo y Marettimo, son menos conocidas, pero dicen que también ofrecen una experiencia natural magnífica.
Porque eso es verdaderamente lo que destaca de Favignana, la naturaleza sobre la urbanización. La isla se presenta ante tus ojos como si estuviera prácticamente virgen, con construcciones que conservan el tono rural y agreste propio del Mediterráneo.
A Favignana se llega fácilmente desde Trápani, con un ferry que en unos 20 minutos te acerca a su capital, el pueblo de Favignana. Y para recorrerla, nada mejor que alquilarse una bicicleta, de las tradicionales o mejor aún una eléctrica, ya que es una isla ventosa y se acaba agradeciendo la «ayuda» de ese motor,
La isla tiene un perímetro de 33 km, y es bastante llana, aunque tiene una montaña coronada en lo alto con el castillo normando de Santa Caterina. Sin embargo, esa montaña, que divide la isla de norte a sur, se puede cruzar por un túnel. Por ello, la bicicleta es un medio perfecto para recorrer la isla en un día, y además para acercarse a los múltiples arrecifes y escolleras de su costa.
Porque es ahí, en su mar y en su costa donde Favignana destaca. Es todo un espectáculo contemplar las aguas cristalinas y el contraste de tonos azules, verdes y blancos de las muchas calas y ensenadas que tiene la isla. Una de las más famosas es la Cala Rossa, y basta asomarse y ver la imagen de postal para entender por qué.
Hay zonas puramente rocosas, que han sido explotadas por la minería, como Cala Graziosa o Scalo Cavallo, que son disfrutadas desde el mar más que desde tierra, pero que en cualquier caso ayudan a transmitir la sensación de tranquilidad y relax por la que es famosa Favignana.
Al sur de la isla, se encuentra un área bastante virgen, con poca vegetación y muy poco poblada. El viento se deja sentir y en su litoral está el faro de Punta de Marsala. Es una zona rocosa y con varias pequeñas calas, donde a pesar de que parece imposible, hay gente que se baña.
Nosotros también nos dimos un par de baños, pero buscamos alguna zona más accesible, que las hay. Una de ellas se encuentra más o menos a mitad de la isla, a la altura de la ciudad pero separada de esta unos 3 kilómetros. Concretamente, en la playa donde está el único lido de la isla, el Lido Burrone, aunque nosotros nos bañamos en la escollera que hace de playa.
El agua estaba fresca, pero no tanto como para no disfrutar el baño. Y sobre todo estaba muy limpia. Precisamente por eso, después de dar pedaladas por otros treinta minutos, buscamos otro lugar para remojarnos de nuevo. Esta vez, junto a un pequeño «porticciolo», que tenía una pequeña entrada con arena para permitir el acceso de embarcaciones.
Continuamos la excursión cruzando el túnel y pasando a la zona norte de la isla. Al salir del túnel enseguida notas que hay algo más de vegetación, toda del tipo bosque mediterráneo, con bastante pino y mata baja. En la zona norte, hay otro faro, el de Punta Sottile.
Y es de destacar Cala Rotonda, o Cala Redonda en español, por su forma y también por su tranquilidad, aunque curiosamente fue uno de los pocos puntos en los que encontramos un buen chiringuito abierto.
Como es de esperar, en una isla tan rocosa, expuesta al oleaje continuo del mar y a la erosión del viento, es fácil encontrar formaciones originales, como el Arco de Ulises, otro de los símbolos de Favignana. Dice la leyenda que el famoso navegante griego atracó en estas calas, cómo no, de ahí la denominación del arco.
Alcanzado este punto, decidimos retornar y buscar un lugar donde comer. No hay muchos restaurantes fuera de la ciudad de Favignana, pero encontramos uno abierto, pegado al mar donde pudimos saborear la comida típica de la zona, cuscús con pescado. Y después de comer, volvimos a la ciudad.
Es pequeña, es cierto, pero bastante acogedora. En primer lugar, su playa es posiblemente la mejor de toda la isla, aunque probablemente no lo sea su mar. Pero además, la ciudad tiene varias atracciones turísticas y edificios emblemáticos.
El que yo quería visitar, la «tonnara» de los Florio, estaba cerrado al público porque se había constituido como punto de vacunación para el COVID. Una lástima, porque al parecer tiene una visita guiada en la que te muestran las instalaciones y te ilustran sobre cómo se pescaba en almadraba, lo que los italianos conocen como «matanza».
Para dirigir el negocio, los Florio construyeron allí, a mitad del siglo XIX, una casa señorial muy elegante, que hoy en día es propiedad del Ayuntamiento. El caserón domina la ensenada donde se ubica el puerto y la tonnara.
El pueblo tiene un par de plazas muy típicas, plagadas de terrazas, heladerías y tiendas de recuerdo. Es agradable pasear por sus calles, con pocos vehículos a motor y mucha gente en bicicleta, principalmente turistas que se alojan en los pequeños hoteles o casas de alquiler que abundan.
Pero sin lugar a dudas, el polo de atracción del pueblo es su puerto, con su marina de pequeñas embarcaciones privadas y de lujo, y con el ajetreo de los barcos ferry que vienen y van a Sicilia y a las otras islas. El atardecer llegó esperando el barco para volver a Trápani, y pudimos despedirnos serenamente de un magnífico día de naturaleza salvaje.